Jóvenes Guadalupe

Objetivo: Somos un grupo de jóvenes entre los 18 a 30 años [aprox]. Tenemos 2 modalidades de encuentros:
– Encuentros de formación, oración y comunidad: son encuentros en los que compartimos dinámicas, charlas grupales y en grupos, cuyo objetivo es, por un lado, conocer más a Jesús y su Palabra, y por el otro, formar comunidad jóven que se apoye mutuamente en el camino de la fe.
– Encuentros de misión: vamos a compartir a ese Jesús que empezamos a descubrir en los encuentros y que llevamos a nuestra vida, con los más necesitados [visita a enfermos, tardes de caridad repartiendo comida, etc.]

Reunión: Todos los domingos de 18 a 20 hs en el Colegio Guadalupe y compartimos misa de 20hs en la parroquia todos juntos

Contacto: Sofi Paletta 11 3889-4720 Mechi Andrade 11 5489-5112
Redes sociales: Instagram @jovenesguadalupe

JUBILEO DE LA ESPERANZA

CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

A S.E. MONS. RINO FISICHELLA PARA EL JUBILEO 2025

 

Al querido hermano

Monseñor Rino Fisichella

Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización

El Jubileo ha sido siempre un acontecimiento de gran importancia espiritual, eclesial y social en la vida de la Iglesia. Desde que Bonifacio VIII instituyó el primer Año Santo en 1300 —con cadencia de cien años, que después pasó a ser según el modelo bíblico, de cincuenta años y ulteriormente fijado en veinticinco—, el pueblo fiel de Dios ha vivido esta celebración como un don especial de gracia, caracterizado por el perdón de los pecados y, en particular, por la indulgencia, expresión plena de la misericordia de Dios. Los fieles, generalmente al final de una larga peregrinación, acceden al tesoro espiritual de la Iglesia atravesando la Puerta Santa y venerando las reliquias de los Apóstoles Pedro y Pablo conservadas en las basílicas romanas. Millones y millones de peregrinos han acudido a estos lugares santos a lo largo de los siglos, dando testimonio vivo de su fe perdurable.

 

El Gran Jubileo del año 2000 introdujo la Iglesia en el tercer milenio de su historia. San Juan Pablo II lo había esperado y deseado tanto, con la esperanza de que todos los cristianos, superadas sus divisiones históricas, pudieran celebrar juntos los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, Salvador de la humanidad. Ahora que nos acercamos a los primeros veinticinco años del siglo XXI, estamos llamados a poner en marcha una preparación que permita al pueblo cristiano vivir el Año Santo en todo su significado pastoral. En este sentido una etapa importante ha sido el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, que nos ha permitido redescubrir toda la fuerza y la ternura del amor misericordioso del Padre, para que a su vez podamos ser sus testigos.

 

Sin embargo, en los dos últimos años no ha habido país que no haya sido afectado por la inesperada epidemia que, además de hacernos ver el drama de morir en soledad, la incertidumbre y la fugacidad de la existencia, ha cambiado también nuestro estilo de vida. Como cristianos, hemos pasado juntos con nuestros hermanos y hermanas los mismos sufrimientos y limitaciones. Nuestras iglesias han sido cerradas, así como las escuelas, fábricas, oficinas, tiendas y espacios recreativos. Todos hemos visto limitadas algunas libertades y la pandemia, además del dolor, ha despertado a veces la duda, el miedo y el desconcierto en nuestras almas. Los hombres y mujeres de ciencia, con gran rapidez, han encontrado un primer remedio que permite poco a poco volver a la vida cotidiana. Confiamos plenamente en que la epidemia pueda ser superada y el mundo recupere sus ritmos de relaciones personales y de vida social. Esto será más fácil de alcanzar en la medida en que se actúe de forma solidaria, para que las poblaciones más desfavorecidas no queden desatendidas, sino que se pueda compartir con todos los descubrimientos de la ciencia y los medicamentos necesarios.

 

Debemos mantener encendida la llama de la esperanza que nos ha sido dada, y hacer todo lo posible para que cada uno recupere la fuerza y la certeza de mirar al futuro con mente abierta, corazón confiado y amplitud de miras. El próximo Jubileo puede ayudar mucho a restablecer un clima de esperanza y confianza, como signo de un nuevo renacimiento que todos percibimos como urgente. Por esa razón elegí el lema Peregrinos de la Esperanza. Todo esto será posible si somos capaces de recuperar el sentido de la fraternidad universal, si no cerramos los ojos ante la tragedia de la pobreza galopante que impide a millones de hombres, mujeres, jóvenes y niños vivir de manera humanamente digna. Pienso especialmente en los numerosos refugiados que se ven obligados a abandonar sus tierras. Ojalá que las voces de los pobres sean escuchadas en este tiempo de preparación al Jubileo que, según el mandato bíblico, devuelve a cada uno el acceso a los frutos de la tierra: «podrán comer todo lo que la tierra produzca durante su descanso, tú, tu esclavo, tu esclava y tu jornalero, así como el huésped que resida contigo; y también el ganado y los animales que estén en la tierra, podrán comer todos sus productos» (Lv 25,6-7).

 

Por lo tanto, la dimensión espiritual del Jubileo, que nos invita a la conversión, debe unirse a estos aspectos fundamentales de la vida social, para formar un conjunto coherente. Sintiéndonos todos peregrinos en la tierra en la que el Señor nos ha puesto para que la cultivemos y la cuidemos (cf. Gn 2,15), no descuidemos, a lo largo del camino, la contemplación de la belleza de la creación y el cuidado de nuestra casa común. Espero que el próximo Año Jubilar se celebre y se viva también con esta intención. De hecho, un número cada vez mayor de personas, incluidos muchos jóvenes y adolescentes, reconocen que el cuidado de la creación es expresión esencial de la fe en Dios y de la obediencia a su voluntad.

 

Le confío a Usted, querido hermano, la responsabilidad de encontrar las maneras apropiadas para que el Año Santo se prepare y se celebre con fe intensa, esperanza viva y caridad operante. El Dicasterio que promueve la nueva evangelización sabrá hacer de este momento de gracia una etapa significativa para la pastoral de las Iglesias particulares, tanto latinas como orientales, que en estos años están llamadas a intensificar su compromiso sinodal. En esta perspectiva, la peregrinación hacia el Jubileo podrá fortificar y manifestar el camino común que la Iglesia está llamada a recorrer para ser cada vez más claramente signo e instrumento de unidad en la armonía de la diversidad. Será importante ayudar a redescubrir las exigencias de la llamada universal a la participación responsable, con la valorización de los carismas y ministerios que el Espíritu Santo no cesa de conceder para la edificación de la única Iglesia. Las cuatro Constituciones del Concilio Ecuménico Vaticano II, junto con el Magisterio de estos decenios, seguirán orientando y guiando al santo pueblo de Dios, para que progrese en la misión de llevar el gozoso anuncio del Evangelio a todos.

 

Según la costumbre, la Bula de convocación, que será publicada en su momento, contendrá las indicaciones necesarias para la celebración del Jubileo de 2025. En este tiempo de preparación, me alegra pensar que el año 2024, que precede al acontecimiento del Jubileo, pueda dedicarse a una gran “sinfonía” de oración; ante todo, para recuperar el deseo de estar en la presencia del Señor, de escucharlo y adorarlo. Oración, para agradecer a Dios los múltiples dones de su amor por nosotros y alabar su obra en la creación, que nos compromete a respetarla y a actuar de forma concreta y responsable para salvaguardarla. Oración como voz “de un solo corazón y una sola alma” (cf. Hch 4,32) que se traduce en ser solidarios y en compartir el pan de cada día. Oración que permite a cada hombre y mujer de este mundo dirigirse al único Dios, para expresarle lo que tienen en el secreto del corazón. Oración como vía maestra hacia la santidad, que nos lleva a vivir la contemplación en la acción. En definitiva, un año intenso de oración, en el que los corazones se puedan abrir para recibir la abundancia de la gracia, haciendo del “Padre Nuestro”, la oración que Jesús nos enseñó, el programa de vida de cada uno de sus discípulos.

 

Pido a la Virgen María que acompañe a la Iglesia en el camino de preparación al acontecimiento de gracia del Jubileo, y con gratitud le envío cordialmente, a Usted y a sus colaboradores, mi Bendición.

 Roma, Basílica de San Juan de Letrán, 11 de febrero de 2022, Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes.

FRANCISCO

Año jubilar del 150 aniversario de la fundación de la SVD

Mensaje de la inauguración 

Queridos cohermanos y hermanas, laicos asociados, amigos, bienhechores y colaboradores. ¡Que la Paz esté con cada uno de ustedes!

Hemos llegado al umbral del jubileo de la fundación de nuestra querida Congregación del Verbo Divino. Son ciento cincuenta años de vida y misión, reuniendo a hombres de todas partes del mundo y enviándolos a todos los pueblos. El Espíritu Santo ha estado apoyando esta obra que fue encomendada a San Arnoldo Janssen, pero también a quienes nos precedieron en la misión y a nosotros, en el momento presente. El jubileo es un hito para evaluar, celebrar y comprometerse. En términos bíblicos, podemos hablar de tres aspectos esenciales de este año que garantizan una sociedad justa y equilibrada: el perdón, la restauración y la restitución de la dignidad. En otras palabras, el año del jubileo debe recrear las relaciones que se han vuelto injustas y desiguales.

EVALUAR: Nosotros no caminamos solos. San Arnaldo contó desde el principio con la colaboración de hombres y mujeres que creyeron en esta obra y también con los que aquí llamo compañeros primerizos, jóvenes y mujeres dispuestos a dar su vida por la misión. Laicos y benefactores brindaron el apoyo necesario para la inauguración de la casa misionera en Steyl. Somos conscientes de que donde brilla la luz, también aparecen sombras. Evaluar nuestra historia significa reconocer estas luces y sombras en nuestro camino, entre nosotros y con nuestros compañeros.

La evaluación requiere sinceridad y coraje. Necesitamos estar abiertos a la reconciliación con nuestro pasado para que pueda suceder una nueva historia. Cuando sea necesario debemos pedir y recibir perdón. El perdón es parte del proceso de curación de nuestras heridas y de las heridas que hemos causado.

En este momento, aunque una mirada a las estadísticas y a las grandes obras nos dará una idea de lo que se ha hecho a lo largo de los años, creo que es mucho más valioso reflexionar sobre las relaciones que hemos ido construyendo a lo largo del tiempo. ¿Eran relaciones de servicio o de poder? ¿Empoderamiento o sumisión? ¿Colaboración o explotación? No podemos llegar al gran acontecimiento del 150 aniversario de nuestra fundación sin este repaso de vida.

CELEBRAR: Con la apertura del Año Jubilar, en Steyl, este 8 de septiembre y que culminará en el 2025 aquí en Roma, marcamos a nivel congregacional un gran evento que debe inspirarnos a todos. Pero la celebración del jubileo no se limita a las actividades promovidas por el generalato. Cada comunidad, distrito, provincia-región-misión debe hacer que este momento sea significativo en la vida de cada SVD y de nuestros socios en la misión.

Celebramos la alegría de ser quienes somos: hombres consagrados a la misión, reunidos en comunidades interculturales. Anunciamos el Verbo Divino y asumimos Su vida y misión como nuestras. Montamos nuestra tienda en lugares donde el Evangelio no ha sido conocido o aún no es vivido. Buscamos dialogar con todos, convertirnos en uno con las personas y poner en primer lugar a los vulnerables, los pobres y los que sufren. En esta fiesta debe haber espacio para todos, no podemos hacer distinciones y nadie debe quedar fuera.

COMPROMISO: El tercer elemento de nuestra celebración jubilar debe ser el compromiso. Aquí no podemos pensar en un orden cronológico, donde primero celebramos el perdón, luego celebramos nuestro cumpleaño y finalmente nos comprometemos. ¡No es así! Cada paso y cada pequeño gesto durante este año jubilar nos pide un compromiso renovado.

Propongo que el primer compromiso sea la búsqueda de la voluntad de Dios. El Papa Francisco dijo a los miembros del Capítulo General en junio pasado que «muy a menudo, en situaciones confusas, el Espíritu hace avanzar a la Iglesia». El Espíritu Santo nos inquieta y nos lleva a lugares inesperados. En la era cambiante en la que vivimos, tenemos el desafío de ser creativos y mantener nuestra fidelidad.

El Espíritu Santo que obró en Arnaldo Janssen y llenó los corazones de sus compañeros y colaboradores debe ser el protagonista de este año jubilar. Él es el «Padre de nuestra Congregación», como afirmó el propio San Arnoldo. Nos corresponde a nosotros abrirnos al discernimiento y preguntarnos: Señor, ¿qué quieres de nosotros? ¿A dónde nos llevas en este momento de la historia?

Hermanos y hermanas, siguiendo la inspiración del último Capítulo General, tomamos la imagen de la Luz y queremos hacerla brillar con nuestro testimonio. Él, el Cristo, es la luz de las naciones. Dondequiera que seamos enviados, debemos reflejar esta luz para que desaparezcan las tinieblas de la indiferencia, la intolerancia y el pecado. Hagamos de este Año Jubilar un verdadero tiempo de gracia y de oportunidades. Lo que seremos mañana, el Espíritu Santo ya lo está preparando hoy. Seamos dóciles a este movimiento que nos involucra y nos lleva a aguas más profundas. Les deseo a cada uno de ustedes una feliz fiesta y una profunda celebración de este Año Jubilar. Muchas gracias.

Anselmo Ricardo Ribeiro, SVD
Padre Superior General de la Congregación del Verbo Divino

Mensaje del Santo Padre – Cuaresma 2024

A través del desierto Dios nos guía a la libertad

Queridos hermanos y hermanas:

Cuando nuestro Dios se revela, comunica la libertad: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Así se abre el Decálogo dado a Moisés en el monte Sinaí. El pueblo sabe bien de qué éxodo habla Dios; la experiencia de la esclavitud todavía está impresa en su carne. Recibe las diez palabras de la alianza en el desierto como camino hacia la libertad. Nosotros las llamamos “mandamientos”, subrayando la fuerza del amor con el que Dios educa a su pueblo. La llamada a la libertad es, en efecto, una llamada vigorosa. No se agota en un acontecimiento único, porque madura durante el camino. Del mismo modo que Israel en el desierto lleva todavía a Egipto dentro de sí ―en efecto, a menudo echa de menos el pasado y murmura contra el cielo y contra Moisés―, también hoy el pueblo de Dios lleva dentro de sí ataduras opresoras que debe decidirse a abandonar. Nos damos cuenta de ello cuando nos falta esperanza y vagamos por la vida como en un páramo desolado, sin una tierra prometida hacia la cual encaminarnos juntos. La Cuaresma es el tiempo de gracia en el que el desierto vuelve a ser ―como anuncia el profeta Oseas― el lugar del primer amor (cf. Os 2,16-17). Dios educa a su pueblo para que abandone sus esclavitudes y experimente el paso de la muerte a la vida. Como un esposo nos atrae nuevamente hacia sí y susurra palabras de amor a nuestros corazones.

El éxodo de la esclavitud a la libertad no es un camino abstracto. Para que nuestra Cuaresma sea también concreta, el primer paso es querer ver la realidad. Cuando en la zarza ardiente el Señor atrajo a Moisés y le habló, se reveló inmediatamente como un Dios que ve y sobre todo escucha: «Yo he visto la opresión de mi pueblo, que está en Egipto, y he oído los gritos de dolor, provocados por sus capataces. Sí, conozco muy bien sus sufrimientos. Por eso he bajado a librarlo del poder de los egipcios y a hacerlo subir, desde aquel país, a una tierra fértil y espaciosa, a una tierra que mana leche y miel» (Ex 3,7-8). También hoy llega al cielo el grito de tantos hermanos y hermanas oprimidos. Preguntémonos: ¿nos llega también a nosotros? ¿Nos sacude? ¿Nos conmueve? Muchos factores nos alejan los unos de los otros, negando la fraternidad que nos une desde el origen.

En mi viaje a Lampedusa, ante la globalización de la indiferencia planteé dos preguntas, que son cada vez más actuales: «¿Dónde estás?» (Gn 3,9) y «¿Dónde está tu hermano?» (Gn 4,9). El camino cuaresmal será concreto si, al escucharlas de nuevo, confesamos que seguimos bajo el dominio del Faraón. Es un dominio que nos deja exhaustos y nos vuelve insensibles. Es un modelo de crecimiento que nos divide y nos roba el futuro; que ha contaminado la tierra, el aire y el agua, pero también las almas. Porque, si bien con el bautismo ya ha comenzado nuestra liberación, queda en nosotros una inexplicable añoranza por la esclavitud. Es como una atracción hacia la seguridad de lo ya visto, en detrimento de la libertad.

Quisiera señalarles un detalle de no poca importancia en el relato del Éxodo: es Dios quien ve, quien se conmueve y quien libera, no es Israel quien lo pide. El Faraón, en efecto, destruye incluso los sueños, roba el cielo, hace que parezca inmodificable un mundo en el que se pisotea la dignidad y se niegan los vínculos auténticos. Es decir, logra mantener todo sujeto a él. Preguntémonos: ¿deseo un mundo nuevo? ¿Estoy dispuesto a romper los compromisos con el viejo? El testimonio de muchos hermanos obispos y de un gran número de aquellos que trabajan por la paz y la justicia me convence cada vez más de que lo que hay que denunciar es un déficit de esperanza. Es un impedimento para soñar, un grito mudo que llega hasta el cielo y conmueve el corazón de Dios. Se parece a esa añoranza por la esclavitud que paraliza a Israel en el desierto, impidiéndole avanzar. El éxodo puede interrumpirse. De otro modo no se explicaría que una humanidad que ha alcanzado el umbral de la fraternidad universal y niveles de desarrollo científico, técnico, cultural y jurídico, capaces de garantizar la dignidad de todos, camine en la oscuridad de las desigualdades y los conflictos.

Dios no se cansa de nosotros. Acojamos la Cuaresma como el tiempo fuerte en el que su Palabra se dirige de nuevo a nosotros: «Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar de esclavitud» (Ex 20,2). Es tiempo de conversión, tiempo de libertad. Jesús mismo, como recordamos cada año en el primer domingo de Cuaresma, fue conducido por el Espíritu al desierto para ser probado en su libertad. Durante cuarenta días estará ante nosotros y con nosotros: es el Hijo encarnado. A diferencia del Faraón, Dios no quiere súbditos, sino hijos. El desierto es el espacio en el que nuestra libertad puede madurar en una decisión personal de no volver a caer en la esclavitud. En Cuaresma, encontramos nuevos criterios de juicio y una comunidad con la cual emprender un camino que nunca antes habíamos recorrido.

Esto implica una lucha, que el libro del Éxodo y las tentaciones de Jesús en el desierto nos narran claramente. A la voz de Dios, que dice: «Tú eres mi Hijo muy querido» (Mc 1,11) y «no tendrás otros dioses delante de mí» (Ex 20,3), se oponen de hecho las mentiras del enemigo. Más temibles que el Faraón son los ídolos; podríamos considerarlos como su voz en nosotros. El sentirse omnipotentes, reconocidos por todos, tomar ventaja sobre los demás: todo ser humano siente en su interior la seducción de esta mentira. Es un camino trillado. Por eso, podemos apegarnos al dinero, a ciertos proyectos, ideas, objetivos, a nuestra posición, a una tradición e incluso a algunas personas. Esas cosas en lugar de impulsarnos, nos paralizarán. En lugar de unirnos, nos enfrentarán. Existe, sin embargo, una nueva humanidad, la de los pequeños y humildes que no han sucumbido al encanto de la mentira. Mientras que los ídolos vuelven mudos, ciegos, sordos, inmóviles a quienes les sirven (cf. Sal 115,8), los pobres de espíritu están inmediatamente abiertos y bien dispuestos; son una fuerza silenciosa del bien que sana y sostiene el mundo.

Es tiempo de actuar, y en Cuaresma actuar es también detenerse. Detenerse en oración, para acoger la Palabra de Dios, y detenerse como el samaritano, ante el hermano herido. El amor a Dios y al prójimo es un único amor. No tener otros dioses es detenerse ante la presencia de Dios, en la carne del prójimo. Por eso la oración, la limosna y el ayuno no son tres ejercicios independientes, sino un único movimiento de apertura, de vaciamiento: fuera los ídolos que nos agobian, fuera los apegos que nos aprisionan. Entonces el corazón atrofiado y aislado se despertará. Por tanto, desacelerar y detenerse. La dimensión contemplativa de la vida, que la Cuaresma nos hará redescubrir, movilizará nuevas energías. Delante de la presencia de Dios nos convertimos en hermanas y hermanos, percibimos a los demás con nueva intensidad; en lugar de amenazas y enemigos encontramos compañeras y compañeros de viaje. Este es el sueño de Dios, la tierra prometida hacia la que marchamos cuando salimos de la esclavitud.

La forma sinodal de la Iglesia, que en estos últimos años estamos redescubriendo y cultivando, sugiere que la Cuaresma sea también un tiempo de decisiones comunitarias, de pequeñas y grandes decisiones a contracorriente, capaces de cambiar la cotidianeidad de las personas y la vida de un barrio: los hábitos de compra, el cuidado de la creación, la inclusión de los invisibles o los despreciados. Invito a todas las comunidades cristianas a hacer esto: a ofrecer a sus fieles momentos para reflexionar sobre los estilos de vida; a darse tiempo para verificar su presencia en el barrio y su contribución para mejorarlo. Ay de nosotros si la penitencia cristiana fuera como la que entristecía a Jesús. También a nosotros Él nos dice: «No pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan» (Mt 6,16). Más bien, que se vea la alegría en los rostros, que se sienta la fragancia de la libertad, que se libere ese amor que hace nuevas todas las cosas, empezando por las más pequeñas y cercanas. Esto puede suceder en cada comunidad cristiana.

En la medida en que esta Cuaresma sea de conversión, entonces, la humanidad extraviada sentirá un estremecimiento de creatividad; el destello de una nueva esperanza. Quisiera decirles, como a los jóvenes que encontré en Lisboa el verano pasado: «Busquen y arriesguen, busquen y arriesguen. En este momento histórico los desafíos son enormes, los quejidos dolorosos —estamos viviendo una tercera guerra mundial a pedacitos—, pero abrazamos el riesgo de pensar que no estamos en una agonía, sino en un parto; no en el final, sino al comienzo de un gran espectáculo. Y hace falta coraje para pensar esto» (Discurso a los universitarios, 3 agosto 2023). Es la valentía de la conversión, de salir de la esclavitud. La fe y la caridad llevan de la mano a esta pequeña esperanza. Le enseñan a caminar y, al mismo tiempo, es ella la que las arrastra hacia adelante.[1]

Los bendigo a todos y a vuestro camino cuaresmal.

Roma, San Juan de Letrán, 3 de diciembre de 2023, I Domingo de Adviento.

FRANCISCO

Adviento

LÁZARO
de José María Rodriguez Olaizola
Hay un silencio opresivo,
doloroso, vacío,
congelado.
Nada se mueve.
La vida ha huido,
precipitada en su deserción,
dejando demasiado
por decir.
Tras la losa
yace, inerte,
un cuerpo derrotado.
Se lamenta, en una quietud
ya eterna.
Me venció el tiempo,
la fragilidad, mi poca fe.
Me paralizó no ver
que el mundo era otra cosa.
Me mató el peso
de un ego insaciable.
Me desangré por la herida
de los sueños incumplidos.
Entonces, de repente,
una voz.
Sal afuera.
Calor.
¿Qué es esto que siento?
¿Será posible
la esperanza?
Sal afuera.
Y sabe, en este silencio
ahora habitado,
que le aguarda
la Vida,
que unos brazos abiertos
le esperan,
para bailar, juntos,
sobre los restos
de su derrota.
Dios mismo,
de nuevo en su horizonte.
Hoy puedes empezar
de nuevo

 

NUESTROS ERRORES

de Jose Antonio Pagola
Toda persona que no quiera vivir alienada ha de fortalecerse lúcida y vigilante ante los posibles errores que puede cometer en la vida.
Una de las aportaciones más válidas de Jesús es poder ofrecer a quien le conoce y sigue la posibilidad de ser cada día más humano. En Jesús podemos escuchar el grito de alerta ante los graves errores en que podemos caer a lo largo de la vida.
El primer error consiste en hacer de la satisfacción de las necesidades materiales el objetivo absoluto de nuestra vida; pensar que la felicidad última del ser humano se encuentra en la posesión y el disfrute de los bienes.
Según Jesús, esa satisfacción de las necesidades materiales, con ser muy importante, no es suficiente. El hombre se va haciendo humano cuando aprende a escuchar la Palabra del Padre, que le llama a vivir como hermano. Entonces descubre que ser humano es compartir, y no poseer; dar, y no acaparar; crear vida, y no explotar al hermano.
El segundo error consiste en buscar el poder, el éxito o el triunfo personal, por encima de todo ya cualquier precio. Incluso siendo infiel a la propia misión y cayendo esclavo de las idolatrías más ridículas.
Según Jesús, la persona acierta no cuando busca su propio prestigio y poder, en la competencia y la rivalidad con los demás, sino cuando es capaz de vivir en el servicio generoso y desinteresado a los hermanos.
El tercer error consiste en tratar de resolver el último problema de la vida, sin riesgos, luchas ni esfuerzos, utilizando interesadamente a Dios de manera mágica y egoísta.
Según Jesús, entender así la religión es destruirla. La verdadera fe no conduce a la pasividad, la evasión y el absentismo ante los problemas. Al contrario, quien ha entendido un poco lo que es ser fiel a un Dios, Padre de todos, se arriesga cada día más en la lucha por lograr un mundo más digno y justo para todos.
1 Cuaresma – A
(Mateo 4,1-11)

¡YA ES HORA DE DESPERTAR!

Por Dolores Aleixandre

Dormidos. Así es como nos sorprende el Adviento sobresaltándonos con la urgencia de su aviso: “¡Ya es hora de despertar del sueño!” (Rom 13,11).

La advertencia nos desconcierta porque solemos ser unos extraños durmientes que ignoran serlo y que viven convencidos de estar despiertos, apegados a una existencia trivial, acomodados a un horizonte plano al que llamamos realismo, propensos a calificar de sueños y utopías a todo lo que lo desborda.

Pero las voces del Adviento son tercas e insistentes, se agolpan a las puertas de nuestra imaginación, se cuelan por las rendijas de nuestra memoria, invaden nuestra costumbre, zarandean nuestra instalación. Se empeñan en convencernos de que no pertenecen a ese mundo que calificamos despectivamente como “sueños” sino que son ellas (sus personajes, sus símbolos, sus imágenes, sus afirmaciones, sus promesas…), la verdadera “realidad”, por asombrosa que pueda parecernos: viene Dios, no está cansado de nosotros, le atrae este campamento algo caótico que es nuestro mundo, se nos acerca con cierta timidez, pide permiso para plantar su tienda junto a las nuestras. Será un vecino fácil, dice. No va a molestarnos, va a estar como uno de tantos, acostumbrándose a nosotros, dándonos tiempo para acostumbrarnos a él.

No gritará ni instalará altavoces. Sólo, quizá, oigamos en la noche el llanto débil de un recién nacido. Demasiado normal para ser divino. Demasiado humano este Dios que ya no truena, ni divide las aguas del mar, ni hace llover maná.

Nos asusta un poco tenerle tan cercano y tan nuestro alcance, pasando junto a nosotros fríos y calores, sudores y trabajos, hombro con hombro a nuestro lado.

Es un sueño, pensamos o, en todo caso, es una realidad anómala y desconcertante de la que es mejor evadirse. Y nos echamos a dormir para soñar nuestros propios sueños

Los profetas del Adviento hablan nos envían “embajadores” encargados de abrir caminos a la gran noticia del Dios que llega y a la llamada apremiante de que nos abramos al misterio de su presencia: un monte al que confluyen todos los pueblos, lanzas que se convierten en podaderas, fieras salvajes amansadas y pastoreadas por un niño, desiertos que florecen… Al final aparecen rostros humanos: Juan Bautista, José, María y los lugares de pequeñez en que empezó todo: Belén, una cueva en la periferia, una aldea perdida de Galilea llamada Nazaret.

Ha irrumpido el tiempo definitivo, la noche en la que sólo a los pastores que estaban en vela les alcanzó la gran noticia y escucharon el nombre del que lo demás no era sino anticipo y sombra. Y, a través de esos personajes, imágenes, noticias y llamadas, se nos ofrecerá la posibilidad de reconocer que ese tiempo es nuestro tiempo, que esos lugares nos pertenecen, que Dios sigue llegando para acampar a nuestro lado y que tiene un nombre humano:

Jesús, Emmanuel, Dios con nosotros.

MENSAJE PASCUAL 

La crisis desatada entre dos países hermanos, Rusia y Ucrania, nos vuelve a traer el horror de la guerra al tiempo presente, los cristianos de todo el mundo volvemos a proclamar “El Evangelio de la vida y el amor”

La Pascua que celebramos es Memoria del Paso de Dios en la historia pasada y en el presente que vivimos. En la memoria de que fuimos esclavos sometidos al poder, un poder que los hombres instrumentamos en contra de nosotros mismos.

Es la Memoria que nos recuerda que cuando nos arrepentimos de nuestros errores y asumimos las consecuencias, podemos obtener la liberación esperada fijándonos metas mayores conforme a Tu voluntad de salvación.

Por eso, una vez más finalizado el tiempo de cuaresma celebramos el triunfo de Cristo sobre el pecado y la muerte.

¡Su triunfo es nuestro triunfo!

Con gratitud, celebremos esta Semana Santa deseando que todos los que habitamos nuestra querida Buenos Aires podamos ser gestores de armonía y paz. Una paz real, concreta en que cada uno pueda aportar – con voluntad firme y responsable –  elementos de reconciliación, sanando vínculos heridos, serenando los espíritus y desplegando nuestra capacidad de amar en el servicio a los demás. 

Los esperamos para celebrar.

¡Felices Pascuas de Resurrección!

MISIONEROS DEL VERBO DIVINO Y TODA LA COMUNIDAD GUADALUPANA